sábado, 20 de diciembre de 2014

Nuestra pacífica batalla

Los poemas no son más que una forma de olvidar la realidad en un momento,
o por el contrario, un método para reconciliarte con la vida,
con el dolor,
el amor,
el rencor,
o la vergüenza que sentimos.

Nunca dejarán de ser más que palabras que reflejen nuestra expresión;
Una manera de cicatrizar, o de verter todas las lágrimas que almacenamos.
No dejarán de ser una serie de tópicos:
espejos,
naufragios,
desolación
...
Porque el hombre nunca dejará de ser humano,
nunca dejará de ahogarse en sus lagunas,
nunca dejará de prometer amores sin sentido,
de jurar rescates,
nunca dejará de quedarse en vela durante noches enteras
observando la llama de su preocupación;
ni de acostarse en madrugadas nubladas
en las que la niebla parece rodearte
y esconderte de tu cordura.

Puede que los poemas sean nuestra pacífica batalla,
la más bella forma de dejarnos alma y cuerpo en un folio,
pero quizás la mejor forma de hacer poesía sea darle la vuelta al barco,
decir a todas aquellas personas que quieran reinventarse
que la mejor opción para no perderse es coger el atajo y no cambiar de camino;
o vociferar socorros a los que sólo tu mismo puedes acudir.
Consiste en llorar por lo que venga
porque todo el mundo está asustado de su destino;
y sonreír por lo que fue;
aprovechar los momentos que marca el minutero y sonreír justo después de besar.
Consiste en susurrarles a los corazones rotos que nada se olvida,
pero curiosamente todo pasa
y parece ser diminuto comparado con el abismo del tiempo.
Consiste en abrazar a las almas solitarias, aunque no sea físicamente,
en gritar que todo motivo de peso es perfecto para llorar,
y que nadie te diga lo contrario.
Consiste en tener la esperanza de que todo sueño puede ser convertido en proyecto.
Consiste en ser conscientes de que nadie renace,
pero que hay 194 países para encontrarse.

Que a pesar de lo que ya sabemos,
la vida son las vistas,
y la poesía es cerrar los ojos
y sentirlas.

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